Excelentísima
Señora María Fernanda Espinosa Garcés,
Presidente
del Septuagésimo Tercer Período Ordinario de Sesiones de la Asamblea General de
la Organización de las Naciones Unidas;
Excelentísimo
Señor Antonio Guterres,
Secretario
General de la ONU;
Señores
Jefes de Estado y de Gobiernos;
Señores
Jefes de Delegaciones;
Señores
Ministros;
Señoras
y señores;
En
primer lugar, permítanme felicitar a la Embajadora María Fernanda Espinosa
Garcés, por su elección como presidente de esta Asamblea General y desearle
todos los éxitos posibles.
Para
mi es un gran honor poder dirigirme a ustedes nuevamente como presidente de la
República Dominicana.
Para
nuestro país esta es una ocasión especial, porque el próximo año la República
Dominicana formará parte, por primera vez, del Consejo de Seguridad de las
Naciones Unidas, como miembro no-permanente.
Por
eso quiero empezar agradeciendo, en nombre del pueblo dominicano y el mío
propio, a los países miembros de la ONU por el apoyo recibido para formar parte
del Consejo de Seguridad.
Agradezco
especialmente a los miembros del Grupo de Países de América Latina y el Caribe,
el GRULAC, por la confianza depositada en nosotros.
Nuestro
propósito durante este periodo será aportar una voz latinoamericana y caribeña
a una de las instancias de mayor responsabilidad mundial en el mantenimiento de
la paz.
Desde
ya, nos comprometemos a hacer valer, tanto en el Consejo de Seguridad, como en
esta Asamblea, los mismos principios inquebrantables que nos guían como nación.
El
respeto a los derechos humanos, a la democracia, a la libertad y a la
diversidad serán, por tanto, el faro que seguiremos para orientar nuestra labor
en el Consejo de Seguridad.
Haremos
lo posible por honrar la confianza depositada en nosotros, siendo plenamente
conscientes de que la estabilidad y la seguridad son objetivos prioritarios,
pero también frágiles, que es necesario preservar y hacia los que se avanza
paso a paso y día a día.
Tenemos
claro que en un espacio en el que se dirimen asuntos que pueden modificar el
curso de la historia y el destino de millones de personas, no cabe buscar
soluciones fáciles y drásticas que no existen.
En
este contexto, nuestro país siempre será un ente de diálogo, de entendimiento y
de búsqueda de soluciones pacíficas. Estamos dispuestos siempre para hacer el
trabajo de acercar posiciones y defender el consenso, como la mejor herramienta
para la paz y el desarrollo.
Por
eso, en todo momento promoveremos el acercamiento entre los pueblos a través de
la mediación y el diálogo democrático, abriendo espacios hacia un futuro de paz
compartida.
Señoras
y señores,
Desde
su fundación, hace algo más de siete décadas, la Organización de las Naciones
Unidas ha cumplido un papel central para crear un mundo más estable y seguro
para los seres humanos de todo el mundo.
Sin
embargo, nunca podemos considerar esta estabilidad como una conquista
definitiva, no podemos bajar la guardia cuando sabemos, por ejemplo, que solo
en nuestra región latinoamericana y caribeña todavía el 35% de la población
pertenece a la llamada “clase vulnerable” y, por tanto, pueden volver a caer en
la pobreza ante cualquier revés.
De
la misma forma, en cuanto a la seguridad, es justo reconocer que, como tantas
otras cosas, no está muy bien repartida. Todos sabemos que hay territorios en
las Américas y todo el mundo donde vivir con tranquilidad y sin temor es casi
una utopía, por el control que ejerce el crimen organizado en dichos
territorios.
¿Qué
podemos hacer entonces para que este sea un mundo cada vez más estable?
¿Qué
medidas tomar para que la seguridad no sea patrimonio de unos pocos países,
sino que se extienda por todo el mundo y que llegue hasta cada barrio y cada
pueblo?
Obviamente
no soy el único que se hace estas preguntas. Todos los presentes nos las
hacemos.
Tampoco
voy a dar respuestas definitivas, pues estas solo las podremos encontrar
trabajando juntos.
Lo
que sí haré es señalar brevemente las que considero dos de las principales
amenazas a la estabilidad y la seguridad mundial: el cambio climático, el
narcotráfico y el crimen organizado.
A
primera vista, pueden parecer fenómenos muy distintos entre sí, por supuesto.
Sin embargo, su nivel de complejidad y su alcance global los convierten en dos
de los principales retos que enfrenta la humanidad.
En
ambos casos, las consecuencias son miles de familias destrozadas, daños
colaterales sobre todos los aspectos del desarrollo humano y Estados
desbordados ante la magnitud del desafío al que deben hacer frente.
Comencemos
hablando de las consecuencias de los desastres naturales.
Estos
fenómenos de la naturaleza se presentan cada vez con mayor frecuencia, solo
tenemos que abrir un periódico, o encender el televisor para encontrar los
efectos del cambio climático haciendo estragos en un punto u otro del planeta.
Desde
el tifón que recientemente golpeó a Filipinas con una fuerza no vista en
décadas, a las temporadas ciclónicas que castigan las islas del Caribe cada vez
con más violencia, ningún rincón del planeta está a salvo.
El
año pasado vimos como el huracán Irma dejó a La Habana totalmente inundada y se
requirió de un esfuerzo de muchas semanas para que todo volviera a la
normalidad.
Por
su parte, a Puerto Rico, las islas de Antigua y Barbuda, además de otras del
Caribe les tomó meses recuperarse de los efectos del Huracán María, que no solo
trajo pérdidas económicas, sino que se cobró una considerable cantidad de vidas
humanas.
Desde
la República Dominicana, estamos fuertemente comprometidos con enfrentar las
consecuencias del cambio climático. Y eso quiere decir que estamos trabajando
simultáneamente en tres niveles de actuación: el local, el nacional y el
internacional.
Porque
el plano local es donde se desarrolla la vida diaria de las personas. Es aquí
donde las tragedias cobran una dolorosa realidad y también donde debe empezar
el trabajo de construir, de preparar y de concientizar.
En
este ámbito, que junto al nacional, es donde nuestro gobierno tiene más
capacidad de acción, estamos mejorando la resiliencia y reubicando las
comunidades que viven alrededor de nuestras cuencas hidrográficas más
importantes, altamente vulnerables frente a los fenómenos climáticos.
También
estamos realizando una ardua labor de sensibilización pública, formando a miles
de profesores y técnicos que promoverán el desarrollo sostenible en sus
escuelas y comunidades.
Luego
viene el plano nacional y aquí también estamos trabajando sin descanso, tanto
en nuestras estrategias de respuesta rápida, como en el ámbito de la
prevención. Así, por ejemplo, estamos sembrando millones de árboles en todo
nuestro territorio, al tiempo que invertimos como nunca en energías renovables.
Medidas
como éstas, con las que no solo apoyamos nuestra economía, también nos
permitirán reducir nuestras emisiones de gases de efecto invernadero en un 25%
para el 2030. Una meta que nos llena de satisfacción.
Sin
embargo, la lucha contra el cambio climático es tarea de todos y por eso es
imprescindible ese último escenario, el más amplio y grande de los tres, el
escenario internacional. Un espacio en el cual, si no hay voluntad política, la
mayoría de los esfuerzos quedan en nada y afectan negativamente todo lo que
avanzamos en el plano local y nacional.
Por
eso vuelvo y reitero aquí ante esta Asamblea, la importancia de ir más allá de
las buenas intenciones y centrarnos en acciones concretas.
Y
entre esas acciones, quiero una vez más resaltar la urgencia de financiar y
darle operatividad a iniciativas como el Mecanismo Internacional de Varsovia de
pérdidas y daños que permitirá resarcir las destrucciones en infraestructura,
ecosistemas y aliviar la condición de riesgo de nuestros pobladores.
Este
fondo es indispensable para que los desastres naturales no destruyan en unas
horas lo que muchas naciones les ha costado décadas construir.
Les
daré solo un ejemplo, sabiendo que nuestro caso no es el más dramático de la
región caribeña.
El
pasado año, el paso de las tormentas Olga y María por nuestro país supuso la
destrucción de obras construidas por valor de mil millones de dólares. Imaginen
lo que eso supone para un país en el que el presupuesto anual del Estado es de
por sí limitado.
Pero
sobre todo, este fondo ayudará a proteger las valiosas vidas de millones de
seres humanos, llevará tranquilidad a sus hogares, les permitirá tener un
futuro sin la incertidumbre permanente de sentirse amenazados cada vez que ven
llegar la lluvia.
Por
todo esto, consideramos ineludible que sean aquellos países que más han
aportado a la emisión de gases responsables del cambio climático los que, de
forma proporcional, aporten a este fondo establecido para paliar sus efectos.
Señoras
y señores,
Como
les describí anteriormente, consideramos al narcotráfico y el crimen organizado
como una amenaza a la seguridad y la estabilidad mundial de magnitud parecida
al cambio climático.
El
tráfico de sustancias ilícitas se cobra cada años miles de vidas y
especialmente vidas jóvenes, extremadamente valiosas para nuestros países. Pero
por si esto fuera poco, permea nuestras instituciones, desequilibra nuestras
economías, amenaza nuestros valores y no trae más que degradación y destrucción
a nuestro tejido social.
Donde
llega el crimen organizado siempre se deteriora con el tiempo la seguridad y la
paz de nuestros pueblos.
Por
eso, también en este ámbito, al igual que con el cambio climático, la lucha
contra las drogas debe realizarse en los tres niveles, local, nacional e
internacional, para poder lograr resultados efectivos.
En
el caso de nuestro país, la intervención local está centrada en las campañas de
prevención y en la contención de nuestros jóvenes, apoyándolos con formación y
con oportunidades de emprendimiento, al tiempo que mejoramos los barrios en los
que residen y recuperamos los espacios públicos para la gente. Todo esto con el
objetivo de alejar a la población más vulnerable de las redes del crimen.
A
nivel nacional, las fuerzas de seguridad y nuestra Dirección Nacional de
Control de Drogas dan la batalla en todo el territorio como parte de un plan
integral para fortalecer las acciones contra el narcotráfico.
Entre
otras iniciativas, estamos adquiriendo nuevos equipos de alta tecnología y
reforzando la seguridad en nuestros puertos y aeropuertos con más agentes y
controles, además de realizar intervenciones profundas en las zonas de mayor
incidencia del delito.
Paralelamente,
hemos avanzado con la aprobación de una ley contra el lavado de activos y
financiamiento al terrorismo basada en las recomendaciones del Grupo de Acción
Financiera Internacional, GAFILAT, con énfasis en medidas de prevención y
combate del lavado de activos al que recurren los narcotraficantes para hacer
rentables sus operaciones.
Y
finalmente, en el plano internacional, tenemos acuerdos bilaterales y
multilaterales con Estados Unidos, la Unión Europea, y los países del SICA,
además de participar en la Iniciativa de
Seguridad de la Cuenca del Caribe, todo con el objetivo de coordinar esfuerzos
y mejorar nuestra eficiencia en la lucha contra el narcotráfico y el crimen
organizado
Gracias
a iniciativas como éstas, estamos más preparados para luchar juntos en contra
de este mal que amenaza la integridad de nuestras economías y nuestras
democracias.
Sin
embargo, debemos insistir en la necesidad de profundizar esa coordinación
internacional.
Hay
mucho que podemos avanzar si sumamos esfuerzos, compartimos información y nos
apoyamos mutuamente en esta labor.
Y
también aquí entendemos que mostrar un mayor compromiso es responsabilidad de
los países que, con su demanda interna de narcóticos, han puesto en marcha la
maquinaria internacional del narcotráfico y el crimen organizado.
No
podemos obviar el hecho de que son precisamente Estados en vías de desarrollo
los que actúan como primera barrera de contención del narcotráfico, protegiendo
así a los países más desarrollados.
Para
cumplir con este papel, nuestros países dedican cada año miles de millones de dólares
que sin embargo nunca son suficientes frente a los recursos desplegados por el
crimen organizado, lo cual es sin duda un factor clave en la desintegración
social que viven muchos de nuestros países
Al
igual que en el caso del cambio climático, son los países más desarrollados y
con más capacidad de consumo los que deben desplegar más recursos, cooperación
y voluntad política, si queremos combatir realmente este fenómeno con alguna
esperanza de victoria.
Atendiendo
los efectos del narcotráfico y el cambio climático estaremos solucionando
algunas de las causas estructurales que llevan a los países a profundizar la
pobreza y la desigualdad social.
Si
las Naciones Unidas y los países desarrollados desean ayudar a combatir la
pobreza de forma más integral y franca, estos dos frentes son un camino
inteligente, humano y costo efectivo de hacerlo.
A
ellos, a su responsabilidad y solidaridad, apelamos una vez más desde esta
tribuna, para hacer de nuestro planeta un lugar más seguro.
Señoras
y señores,
El
cambio climático, el narcotráfico, la pobreza, la desigualdad social o las
migraciones masivas son todos ellos problemas interrelacionados a los que
debemos hacer frente con urgencia.
Como
hemos apuntado hoy, la mejor y quizá la única manera de hacer esto es actuar en
todos los niveles de respuesta al problema.
Para
que los acuerdos que firmamos en un espacio como el de la ONU no se queden sin
impactar la vida de la gente.
Para
que las necesidades reales de nuestros pueblos encuentren articulación en sus
instituciones nacionales y aún en las internacionales.
Por
eso, todos debemos seguir actuando, según nuestra capacidades pero sin descanso
y con un mismo objetivo: formar un mundo cada vez más estable, más seguro y más
desarrollado.
Un
mundo donde todos los hombres y mujeres puedan llevar adelante su proyecto de
vida.
Este
es el fin último por el que la República Dominicana seguirá trabajando.
En
nuestros pueblos, en nuestros barrios y en todas nuestras ciudades.
Con nuestros vecinos inmediatos, con todos ustedes
miembros de esta Asamblea General.
Y el año que viene, también como parte del Consejo de
Seguridad de la ONU, en ese nuevo rol que estaremos honrados de asumir.
Muchas gracias.
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